De lo estimulante que puede ser vivir con la idea del suicidio

Escribe: Marilia Baquerizo Baldeón

¿Le suena el nombre de Sísifo? Si lo pone en un navegador añadiendo “Pink Floyd” aparecerá una suite instrumental de cuatro partes escritas e interpretadas por Richard Wrigth, tecladista de la banda. Sísifo es un personaje de la mitología griega que fue condenado por los dioses a subir una roca hasta la cima de una montaña. Era una condena porque cuando la roca casi estaba en la cima, volvía a caer, y Sísifo tenía que bajar y subirla de nuevo, así, interminablemente. Es probable que se haya sentido identificado con Sísifo, porque, si lo pensamos bien, así de inútil es cualquier labor y así de absurda nuestra existencia. Frente a esto, cae por su propio peso la pregunta de si vale o no vale la pena vivir. Para Albert Camus, esta es la pregunta fundamental de la filosofía, y es el suicidio el único problema filosófico verdaderamente serio.

Si consideramos la vida como un teatro, el suicidio es el escape o la salida voluntaria del escenario. El escape suele estar acompañado de desesperación y en ocasiones, subyace una alteración neurológica, como en el caso de la escritora Virginia Woolf, quien escribió: “Querido, creo que voy a enloquecer de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos tiempos horribles. Y esta vez no me recuperaré. Comienzo a escuchar voces y no puedo concentrarme. Así que voy a hacer lo que creo que es lo mejor (…)”, luego se llenó los bolsillos de piedras y se lanzó al río. La salida voluntaria puede darse con lucidez y serenidad, desde la asunción de la responsabilidad de la propia existencia, como en el caso de los filósofos Lucio Anneo Séneca y Philipp Mainländer.  

Por otro lado, mantenerse en el escenario, cuando uno ya es consciente de lo absurdo, exige aceptarlo, obviando la búsqueda de explicaciones. En el ensayo de Albert Camus titulado “El mito de Sísifo”, él se interesa particularmente por lo que piensa Sísifo al bajar de la montaña, es en ese momento en que reconoce su destino y decide voluntariamente seguir haciendo el esfuerzo de subir la roca. Camus concluye el ensayo diciendo “Cada uno de los granos de esta roca, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.”

La reflexión sobre el suicidio puede ser estimulante. Charlotte Salomon es una pintora de origen judío que nació en Alemania en 1917 y siendo joven viajó al sur de Francia escapando del antisemitismo de Hitler. En 1940, cuando tenía 23 años, fue testigo del suicidio de su abuela y se enteró que su madre y su tía también se habían suicidado. Entonces, desbordó y pidió ayuda médica. El médico le recomendó pintar y ella decidió no suicidarse, sino realizar algo extremadamente excéntrico: 782 pinturas al gouache con textos y referencias musicales donde explica su historia y la de su familia. Su obra se llama “¿Vida? o ¿Teatro?” y es catarsis pura a través del arte. En la más completa vulnerabilidad, Charlotte Salomon restituyó la grandeza de su existencia y decidió ser madre, pero paradójicamente, la mataron poco después en Auschwitz con cinco meses de embarazo.

Los antecedentes familiares y la muerte de Charlotte Salomon nos recuerda que el dolor y el sufrimiento son ineludibles. Pero el mismo sufrimiento que nos lleva a despreciar la vida puede transformarnos e impulsarnos a crear. Emil Cioran, el filósofo rumano de prosa descarnada y pesimista, sostiene que solo el sufrimiento cambia al hombre, y el sufrimiento monstruoso y duradero revela mundos insospechados, mundos intensos y profundos que no se perciben incluso con meditación. No debe temerse la reflexión acerca del suicidio. Probablemente quien no ha pensado nunca en matarse decidirá hacerlo mucho más rápido que quien piensa frecuentemente en ello, en palabras de Emil Cioran, “el espíritu virgen de suicidio no tendrá defensa frente al impulso del suicidio, se verá cegado y sacudido por la revelación de una salida definitiva”.

La búsqueda del sentido de la vida, la pregunta de si vale o no vale la pena vivir, lleva a la destrucción de uno mismo, pero ese es el camino hacia una vida auténtica. Solo quien acepta lo absurdo de la existencia, las paradojas y las contradicciones, y solo quien no teme a la muerte se entrega a los otros y disfruta de la vida plenamente. Albert Camus dice que vivir no es más que permitir que viva lo absurdo en nosotros. Frente a lo absurdo, la creación es un acto rebelde, que conlleva una atractiva sensación de libertad. La idea del suicidio puede estimularnos a crear, en todas las artes y en todas las ciencias; y puede hacer que vivamos no por inercia, sino con determinación.