El vicio absurdo o la consagración de una estética del desaparecer

Crítica a Algunos cuerpos celestes

Vendrá  la muerte y tendrá tus ojos

esta muerte que nos acompaña /…/ 

La muerte tiene una mirada para todos.

Vendrá  la muerte y tendrá tus ojos.

Será como abandonar un vicio, /…/

como escuchar un labio cerrado.

Descenderemos al remolino, mudos.

Cesare Pavese, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Escribe: Washington Abregu.

“El amado del cielo muere joven” Menandro

Imaginemos por un momento estar en la habitación de un hotel, en Turín Italia, en la habitación 43, segundo piso, el 27  de agosto de 1950, cuando Cesare Pavese tomará la decisión final de quitarse la vida. Imaginemos en qué pensaría, cuando quizá imaginaba el trágico desenlace en su mente. Horas o minutos antes ya había escrito de su puño, sus últimas palabras, en un ejemplar de su más querido e impagable, libro “Diálogos con Leucó” y en aquella primera página puso: “Los perdono a todos y a todos les pido perdón. ¿Está bien? No se hagan demasiado problema.” Y antes el 18 de agosto escribió, en la última entrada de su monumental diario El oficio de vivir: “Siempre sucede lo más secretamente temido. / Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después? / Basta  un poco de valor. / Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio. / Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo. / Todo esto da asco. / No palabras. Un gesto. No escribiré más.” Y luego lo inevitable, aquel 27 de agosto, un domingo, podría haber sido un lunes o jueves, ¡pero no!, fue  un domingo, uno de los días más tristes de la semana, para muchísimas personas. Y así, aquel día, el camarero del hotel, ya por la noche al percatarse, que no le vieron durante todo el día, al chico de la colina, toca la puerta y al no responder nadie, lo abre por la fuerza y encuentra a nuestro gran poeta narrativo, tendido en su cama, descalzado y muy bien vestido para la ocasión; pero muerto. Se había suicidado con una sobredosis de somníferos; inexplicable final para uno de los mejores escritores del siglo XX.

Y como siempre los policías de la buena conducta dirán: ¡qué mal!, ¿cómo pudo haberlo hecho y a los 41 años, teniendo tanto futuro por delante?, es el tópico recurrente al escuchar la noticia fatal; pues bueno, el suicidio es algo que no podemos explicar, pues nos  sobrepasa, juzgar a los aristócratas  de la muerte, es un síntoma de pedantería por estar vivos; y de no ser conscientes de lo que Pavese anotó: “A nadie le falta una buena razón para suicidarse.” Recordemos a Al Álvarez, que en El dios salvaje, uno de los ensayos más penetrantes sobre el suicidio dijo: “Por sí sola, ninguna teoría desentrañaría un acto tan ambiguo y de motivaciones tan complejas como el suicidio.” Además hay que anotar que Álvarez fue amigo de nada menos que de Sylvia Plath, otra distinguida aristócrata de la muerte.

Ahora imagínate, que decidirás morir hoy, que ya sabes el método y el móvil respectivos; hacerlo no es exclusivo de personas comunes, anónimas y depresivas; grandes escritores lo hicieron y la lista es asombrosa, mencionaré a algunos que tuvieron ese inexplicable final: Ernest Hemingway, nuestro José María Arguedas, Sylvia Plath y Walter Benjamin; por mencionar solo algunos. Y en el acto de decidir, por el adelanto de morir, no les impidió hacerlo ni su familia, ni sus amigos, ni la escritura, ni sus  psicoanalistas o psiquiatras; es decir llegado a un punto, en el acto suicida, ya no hay marcha  atrás. Imagínate a Yukio Mishima en su sesión de psicoterapia, explicando que ya decidió quitarse la vida; ¿qué le podría decir un psicólogo a un semejante aristócrata de la muerte, samurái y escritor?, pues imagino a Mishima dejando a su máscara confesándose con su psicólogo. 

Todos moriremos, pero no sabemos cuándo sucederá; ¿por qué no decidir sobre nuestros desenlaces?, es una pregunta tabú; y por supuesto hay muchos que tildarán de cobardes a los suicidas; sin embargo es una decisión extrema  de libertad, la del desaparecer a voluntad propia; y el resultado final, al consumarse la desaparición, es siempre impactante y desconcertante. Muchas veces me he preguntado, si es que existiese una vida después de la muerte, ¿cómo uno miraría, solo con el alma, ver nuestro cuerpo allí tendido y rodeado de muchas personas, reaccionando y gritando, después de nuestro suicidio?, y así nuestra alma viendo la escena y yéndose definitivamente al séptimo círculo, ya sea satisfecho o arrepentido, por asumir su decisión final; por supuesto si la mirada es atea, solo será la oscuridad y la nada y he allí cuando suena perfectamente el verso de Pavese; “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.” Nadie tiene la respuesta; no obstante, nuestro amado Albert Camus, sentenció en “El mito de Sísifo”: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicido. Juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.”

El suicida no será entendido racionalmente, porque el suicidio está más allá  de la razón. Si ya desde que nacemos empezamos a morir, pues el suicida, decide adelantarse, con una lógica de la muerte inextricable. Aquel 27 de agosto de 1950, después de haber llamado desde su habitación por el teléfono a tres o cuatro mujeres y que nadie le haya aceptado salir a cenar y teniendo consigo el libro “Diálogos con Leucó”, texto imperdible, estamos con Pavese, poeta sutil y profundamente sentimental, el de la poesía narrativa (el que nos cuenta los hechos esenciales, con una pausa de quien está cansado de trabajar), y al leerlo nos convertimos en los chicos de las colinas, que preferimos no trabajar y echarnos en el pasto, para ver el ocaso sin prisa y con mucha nostalgia. Nací un 27 de agosto, un día domingo también  y  pienso aún más en Pavese y luego Antonio Dresden me ve con una sonrisa cómplice, desde una colina cercana.

En “El oficio de vivir”, de lectura impostergable, libro infinito, en traducción de Ángel Crespo, otro gran poeta traductor, y que te sugiero correr a cómpralo después de leer este perfil. Captamos en este diario secreto, una anatomía del suicidio, en el itinerario de Pavese y así encontramos, el siguiente texto del 16  de febrero de 1936 (una de las primeras entradas en el diario), y ya se puede advertir aquí la atracción por el abismo: “No sé que mundo habrá al otro lado de este mar, pero cada mar tiene otra orilla, y yo llegaré. Me disgusta la vida para poder saborearla otra vez.”  La pregunta es que si podemos rastrear en los textos, residuos de actos potenciales de suicidio, lo que podría pasar años más adelante. Escribir en sí mismo es una catarsis o sublimación de nuestros conflictos o diablos, pero muchas veces no es suficiente y uno ya no sólo se mata en la letra; sino lo hace en la vida real y eso también podría ser una estética de la muerte, llevar la escritura hasta el extremo de ser el personaje que se suicida porque uno mismo lo desea, en el culmen de la autodestrucción. Emil Cioran, en “Del inconveniente de haber nacido”, escribe:Si la muerte sólo tuviera facetas negativas, morir sería un acto impracticable.” Hay tanto de inexplicable y limitado en nosotros, los vivos, para poder  juzgar la desaparición a voluntad de las personas suicidas, y pareciera que en todos ellos hay más dignidad en su acción, aunque nos cueste creerlo.

Finalmente, abordemos sobre la posibilidad de rastrear el suicidio de alguien en textos anteriores a su triste desenlace; como una hipótesis creo que sí es posible; y se puede apreciar esto, en el diario de Pavese, en la entrada del 25 de marzo de 1950: “No nos matamos  por el amor de una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada.” Después de leer este certero puñetazo, en nuestros corazones algo se comprime.

Muchas mujeres no supieron corresponder en el amor a Cesare Pavese; apostar por él no era el objetivo para ellas, se guardaban para otros, no lo consideraron alguien con quién quedarse para siempre, sino solo como un camino o un descanso, para otros hombres. Muchas mujeres lo frustraron y sin embargo siguió escribiendo. En su obra hay mucho de autobiografía y considerar que la actriz norteamericana, Constance Dowling, era para él la oportunidad de ser mirado con amor, por una mujer bellísima e inteligente y además de provenir del país que tanto admiraba en su literatura, la matria de: Sherwood Anderson, John Steinbeck, Herman Melville y el de William Faulkner, por mencionar algunos autores a quienes tradujo al italiano; sin embargo ella también lo abandonó y así paradójicamente, inspirarle su último poemario en 1950, Verrá la morte e avra i tuoi  occhi.  Solo alguien con “La autoridad del fracaso”, frase de Francis Scott Fitzgerald, Cesare Pavese será definitivamente más que su suicidio, que será una anécdota más, con el tiempo nos olvidaremos de su trágico final y disfrutaremos en cambio y con fruición de su: poesía, novelas, correspondencia, cuentos y ensayos; para decir luego al viento, después de haberlo leído y siempre: ¡gracias Pavese!