Escribe: Marilia Baquerizo Sedano.
Entre “espuma, colonia y sudor de unos pechos desnudos” , creció Antoine, un niño que, embelesado por esa mezcla, soñaba con casarse un día con una peluquera. Antoine bailaba con pasos únicos y usaba en la playa pantaloncillos de lana, es un personaje entrañable interpretado por Jean Rochefort en la película francesa “Le mari de la coiffeuse” (Patrice Leconte, 1990). Cuando de adulto Antoine conoció a Mathilde, personaje interpretado por Anna Galiena, una peluquera, por supuesto, le dijo sin dudar: “acabo de verte y ya sé que nací para casarme contigo”. Ella aceptó y él bailó para ella inventando nuevos pasos. Por un tiempo, vivieron juntos una pasión intensa en la peluquería, en medio de personas peculiares que acudían a cortarse el cabello y mantenían conversaciones de profundidad filosófica.
Para Mathilde, la unión que tenía con Antoine era tan perfecta, tan sentida, que antes de presenciar la inevitable pérdida del amor, decidió suicidarse (disculpen por el spoiler). En la carta de despedida escribió: “Mi amor, me voy antes de que te vayas tú, me voy antes de que dejes de desearme, porque entonces sólo nos quedará la ternura. Y sé que no será suficiente. Me voy antes de ser desgraciada. Me voy llevando el sabor de nuestros abrazos, llevando tu olor, tu mirada, tus besos, me voy llevándome el recuerdo de los mejores años de mi vida, los que me diste tú. Te beso infinitamente hasta morir. Siempre te he amado; no he amado a nadie más. Me voy para que nunca me olvides”.
¿Es inevitable la pérdida del amor? Al parecer sí, si se considera la primera fase del amor: la atracción, que hace referencia a los cambios neurobiológicos que ocurren generalmente entre los seis meses y dos años. “Tú tienes el poder de causarme por unos segundos una especie de fiebre que vale por diez años de salud”, le escribía Simone de Beaviuor a uno de sus amantes, el novelista Nelson Algren. Esa fiebre se asocia a una alteración de neurotransmisores, especialmente de dopamina. Los neurotransmisores son mensajeros químicos que liberan las neuronas para comunicarse entre sí. En el sistema nervioso hay más de 40 neurotransmisores asociados a funciones específicas, según las regiones donde están presentes sus vías.
La dopamina tiene cuatro vías: la nigroestrial, la mesolímbica, la mesocortical y la infundibular. La vía mesolímbica, que va desde el área ventral tegmental al núcleo accumbens, es la que se asocia con la motivación y el placer, así lo probaron por primera vez Olds y Milner en 1954. Ellos pusieron un electrodo de estimulación en el área ventral tegmental en el cerebro de un grupo de ratas. Las ratas, dentro de una caja de Skinner, podían presionar una palanca para autoadministrarse pequeños pulsos eléctricos en esta área, lo que hacía que aumente la liberación de dopamina y se active el núcleo accumbens. La liberación de dopamina les generaba mucho placer, tanto que algunas ratas presionaban la palanca sin parar, dejaban de comer, de beber y de dormir, y al cabo de unos días, morían. Sí, morían de tanta dopamina, ¿de tanto amor? “Fever! Till you sizzle. What a lovely way to burn”/ ¡Fiebre! Hasta crepitar. Qué hermosa manera de quemar.
La activación del sistema de recompensa, integrado por el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el lóbulo prefrontal, que idealmente regula a los dos anteriores, ocurre en condiciones naturales, al comer, beber o copular. Es lo que hace que haya una fuerte sensación de placer asociada a estas acciones, y éstas se repitan y se repitan, para garantizar la supervivencia de la persona y la especie humana. La activación también se relaciona con la motivación por realizar diversas acciones que, a cada uno, en particular, le pueden generar placer, como comer pan recién horneado, combinar helado y agua con gas, resolver un problema de matemáticas o terminar de armar un rompecabezas de 1000 piezas de “El jardín de las delicias” de El Bosco.
Las diversas acciones pueden ser de recompensa inmediata o retardada. Las drogas, claro, brindan una recompensa inmediata muy fuerte, que llevan a que la persona consuma frecuentemente la sustancia y cada vez con más dosis. Durante el enamoramiento, mientras dura la atracción, pasa algo similar, queremos ver a la persona el mayor tiempo posible, la persona está presente en nuestros sueños al dormir y en nuestro pensamiento al despertar, y existe un estado excepcional de alteración fisiológica, donde además de estar alteradas las vías de la dopamina, se alteran las vías de la adrenalina, la serotonina, la oxitocina y otros neurotransmisores, y no solo está afectado el sistema nervioso, sino también el cardíaco, el respiratorio, el endocrino, etc. Tal como con las drogas, se puede dar una sobredosis de amor; y tal como sucede con un adicto, cuando se acaba el amor, se puede dar un “síndrome de abstinencia”.
Milan Kundera decía en “La insoportable levedad del ser” que “Hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos pasiones no solo distintas sino casi contradictorias. El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien”. Cuando pasa la primera fase del amor, baja la atracción y la recompensa es retardada, diferente, pues no se relaciona con el placer por una pasión intensa, sino con una sensación de estabilidad. “Lo amaba, con seguridad. Pero ese amor no se me devolvía con el cuerpo. Nuestros cuerpos juntos eran en vano”, decía Simone de Beaviuor sobre Jean Paul Sartre. Ambos sostenían un amor necesario e incondicional, libre y voluntario, sobretodo de interés intelectual. Los amores contingentes eran aquellos que podían tener con amantes por los que se sentían muy atraídos, pero con los que el vínculo era solo pasajero.
Cuando se da una relación de seguridad, se cree que las vías de neurotransmisores que se activan son otras, porque, probablemente, ese estado excepcional de alteración fisiológica relacionada con el enamoramiento demanda mucha energía y no es posible sostenerlo en el tiempo. Dicen algunos científicos que el amor puede ser una estrategia de la evolución para que se garantice la protección de la descendencia y se optimice la selección natural. Pero, a decir verdad, el desamor es más frecuente que el amor, la probabilidad de que seas correspondido o correspondida es bajísima, y los desencuentros son más comunes que los encuentros. ¿Tiene algún propósito el desamor? Quizás sirva para el arte. “Poetizarse a uno mismo a ojos de una muchacha es un arte; poetizarse para alejarse de ella es una obra maestra”, decía Soren Kierkegaard.
¿Qué pasa con Antoine cuando Mathilde muere? Lejos de caer en desesperación, Antoine aparece en las últimas escenas de la película bailando, y luego sentado, con una expresión tranquila, esperando que Mathilde regrese. Aparece quizás el amor más idílico: el amor de ensueño, para el que no existe la muerte, que está presente incluso en la ausencia del sujeto amado. Hay tantas misteriosas formas de amor. Está, por ejemplo, el amor Lewis Carroll a Alicia Liddell, que desaparece cuando ella crece. Porque sí, hay amores imposibles, que terminan cuando empiezan a ser posibles. En “Fragmentos de un discurso amoroso”, Roland Barthes hace referencia a la historia de un mandarín enamorado de una cortesana, ella le dijo “seré tuya, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana” y él esperó, pero en la noche número 99, se levantó, tomó su banco bajo el brazo y se fue. Así de contradictorio es el amor. Este ensayo con banda sonora termina con la canción del título: “Me voy a morir de tanto amor” de Alberto Iglesias.