Escribe: Jorge Jaime Valdez.
Michael Haneke es de los cineastas que no busca agradar con sus historias, todo lo contrario; es incómodo, pone el dedo en la llaga y nos cuenta dramas que abordan la violencia, la maldad, las perversiones sexuales, la crueldad y los grandes males de las sociedades modernas. De su formidable filmografía, probablemente, “Amour” sea la historia que mejor expresa el amor y la muerte; esa dicotomía que nos hace humanos, ese enfrentamiento entre eros y tánatos que guía nuestras vidas. A veces se acompañan, a veces se confrontan, a veces se conflictúan, a veces nos hunden, otras nos hacen flotar en ese ir y venir finito que es el mar de la vida.
“Amour” (2012) ganó con justicia la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el más prestigioso del mundo. Es una película extraordinaria a pesar de su dureza. Nos narra la vida de dos viejos que viven solos en un departamento parisino, una pareja interpretada por Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva; casi toda la acción ocurre dentro de este espacio, solo hay una escena, en un concierto, que ocurre fuera. En este ambiente opresivo los dos ancianos viven solos esperando la muerte. Él tendrá que cuidar a su esposa enferma que tras un ataque queda con una parálisis parcial. Eventualmente los visita su hija, la gran actriz, y favorita del director, Isabelle Huppert. Hasta aquí todo parece convencional pero el cine de Haneke siempre rompe lo ordinario, lo normal y nos enfrenta a experiencias incomodas, extremas y terribles.
Vemos cómo los años van deteriorando los cuerpos, como el amor se pone a prueba y como se sufre la vejez, pero sin caer en sentimentalismos. La trama transcurre lenta y sin sobresaltos. Los espacios y el tiempo se dilatan y dan cuenta del deterioro físico, del amor y sus transformaciones con el paso de los años. El título de la cinta es una ironía, porque lo que vemos entre estos dos ancianos probablemente ya no sea amor; tal vez sea compasión, compromiso, lealtad, dependencia o acaso una íntima amistad, pero ya no es el amor de juventud erotizado e impetuoso que lo enfrenta todo sin miedo a la vida.
Mención aparte, corresponde destacar las actuaciones extraordinarias de los tres actores, es un duelo actoral contenido y sobrio. La cinta no se destaca por sus proezas técnicas, por su lenguaje cinematográfico, todo lo contrario, es cadenciosa, silenciosa, reflexiva y profundamente humana. Lo que interesa son las emociones, los sentimientos de sus personajes, cómo duele el sufrimiento del ser amado que trae el paso del tiempo, la condición humana vista por un autor con letras mayúsculas. El sufrimiento humano es mostrado como universal, no importa si es en un cómodo departamento de una familia burguesa en París o podría estar sucediendo en los andes peruanos como nos lo recuerda “Wiñaypacha” (2017). Esa notable ópera prima de Oscar Catacora (lamentablemente fallecido el 2021) que nos cuenta el día a día de dos ancianos aymaras que esperan el retorno de su hijo que se fue a la ciudad en busca de un futuro mejor. La esperanza como único consuelo para seguir viviendo.
El ser humano sufre y la vejez nos enfrenta a la muerte, la limitación de nuestras capacidades sea físicas o psicológicas son campanadas que anticipan lo inevitable, como podemos ver en la pérdida gradual de la memoria del personaje interpretado por Emmanuelle Riva, que la llevó a una nominación al Oscar en la categoría de mejor actriz. Menciono esto porque no es frecuente que la academia ponga su atención en historias incomodas, complejas y profundas. Además, “Amour” ganó el Oscar a mejor película extranjera ese año.
Pocas cintas conmueven tanto por lo que dicen o esconden sin ser explicitas y ésta es una de ellas. Es dolorosa e incómoda, terrible y brutal, opresiva y depresiva. En consecuencia, no es recomendable para quienes buscan en el cine solo diversión y escape. La obra de este cineasta aborda la violencia, nos la enrostra, convirtiéndonos en espectadores pasivos y cómplices, como sucedió en “Fanny Games” (“Juegos Perversos”) o “La cinta blanca”; la paranoia de unos burgueses ante una amenaza latente cuestionando los medios y la tecnología en “Escondido” (“Cachè”); la sexualidad reprimida y el masoquismo más duro en “La profesora de piano”, y ahora el ocaso de unas vidas en “Amour”. El cine suele servir de catarsis, la gente va al cine para ver cómo los malos pagan sus pecados y cómo la justicia y el heroísmo triunfa, cómo los buenos siempre salen ganando y suspiran con cada final feliz al que nos tiene acostumbrado el cine de Hollywood. Haneke dinamita todos estos conceptos, los transgrede con mucho talento y cierta maldad.
Finalmente, “Amour” es una película que duele. Si alguno de ustedes, que lee este comentario, tiene padres ancianos que aún viven juntos se sentirán identificados con la cinta, sufrirán en carne propia lo que vemos en la ficción, que nos hace cuestionar el sentido de la vida, el amor y las relaciones de pareja. El amor más puro y la sombra de la muerte. Lo hace sin compasión, de la manera más cruda y descarnada. Pocas cintas son tan desgarradoras y sensibles, depresivas y amargas, oscuras y tiernas a la vez como esta obra maestra del cineasta alemán.