Crash, Cronenberg y la “nueva carne”

Escribe: Jorge Jaime Valdez

Erótica, pornográfica, obscena, sórdida, provocadora, trasgresora, escandalosa, vulgar, subversiva, incomoda, impúdica, morbosa, enferma, perturbadora, inmoral. Podríamos llenar, fácilmente, este párrafo de adjetivos para describir el alboroto y la impresión que causó “Crash”, tras su estreno en el Festival de Cannes en 1996 y como fue catalogada en ese tiempo. Pareciera que las obras de culto no son comprendidas y mucho menos valoradas en su época. Esta cinta inclasificable de David Cronenberg (Toronto, 1943) instauró, en los noventas, lo que hoy en día se conoce como la “cultura de la cancelación”.

Su creador creció en una familia vinculada al arte, sus intereses iniciales fueron las ciencias, la biología, pero terminó volcando sus obsesiones de entomólogo en películas tan personales como trasgresoras. La muerte de sus padres, tras sufrir penosas enfermedades que fueron deteriorando sus cuerpos, generaron una genuina preocupación por la transformación de la carne y su mortalidad. Cronenberg se inició en el séptimo arte haciendo cintas de horror visceral, incluso se le etiquetó como creador del body horror (horror corporal), etiqueta que el canadiense rechazó siempre. Lo que no contradijo fue ser el creador de la “Nueva Carne”. Concepto que explorará en toda su carrera convirtiéndose en uno de los cineastas octogenarios más importantes de la actualidad.

Sus primeras cintas lo ubicaron dentro del cine de terror explícito donde los cuerpos de sus personajes eran invadidos por enfermedades que los transformaban hasta convertirlos en monstruos voraces de sangre y sexo: “Parásitos mortales” (1975), “Rabia” (1976); o gente que sufría de alteraciones mentales o adicciones destructivas como en “Scanners” (1980), “La zona muerta” (1983), “Spider” (2002) y la estupenda “Dead Ringers” (1988). En una segunda etapa, el tema recurrente fue el cuerpo y la “Nueva Carne”, en éstas la carne se funde con la máquina, lo orgánico con lo mecánico, el hombre se mezcla con la tecnología hasta llegar a una dependencia dañina como en “Videodrome” (1983), “Crash” (1996), o “Existenz” (1999). “Videodrome” es probablemente su cinta más comprometida con ese concepto, vemos la influencia que ejercía la televisión, la llamada “caja boba” en la década de los ochentas y como este aparato doméstico transforma la percepción del mundo de su personaje principal (interpretado por James Woods) y de la sociedad sumergiéndolos en una espiral de autodestrucción y dependencia emocional y física malsana, mórbida y autodestructiva. En sus últimos filmes la mutación ya no es física sino mental. Los cuerpos ya no se transforman por algún ente extraño, por alguna mutación fisiológica, sino la mente transforma al cuerpo. En la cotidianidad, los “demonios internos” toman el control. Tánatos se impone a Eros. En todas está esa extraña dualidad entre la destrucción, la descomposición del cuerpo y de la mente, o en todo caso las alteraciones físicas o mentales, la transformación de la carne, y como no, el placer y el dolor.

La cinta que nos ocupa es “Crash” (Extraños placeres, 1996) acaso su película más polémica que ya es decir mucho si hablamos del cine transgresor de Cronenberg. Le otorgó el premio del jurado en el festival de Cannes, pero causó mucho rechazo del público que salía de los cines acusándola de morbosa, pervertida, inmoral, repugnante y pornográfica. En esta historia de personajes autodestructivos, perturbados, complejos, y ambiguos se condensa mucho del cine de Cronenberg. Es la adaptación de la novela del mismo nombre del inglés J.G. Ballard. Escrita por el propio Cronenberg, nos narra la historia de un grupo de personas que sienten excitación sexual presenciando o participando en choques de autos (de ahí el nombre); la adrenalina se dispara al contacto de los fierros retorcidos, de los choques, de la máquina. Es más, estas personas ponen en escena un espectáculo macabro y mórbido que recrea con autos verdaderos y actores de carne y hueso los trágicos accidentes que produjeron las muertes de celebridades como la actriz y cantante Jayne Mansfield, el icónico actor norteamericano James Dean o del filósofo francés, Albert Camus. Al presenciar estas colisiones violentas sienten fascinación, excitación sexual y comporten esa parafilia (sinforofilia) con un grupo de personas que no disfrutan del sexo tradicional, sino del extremo, del diferente, del poco convencional.

Esta cinta es muy compleja, el sexo explícito se podría confundir con una cinta erótica e incluso pornográfica, pero es todo lo contrario, pretende mostrar a estos seres atormentados, sin juzgarlos nunca, que dependen del riesgo extremo para disfrutar plenamente de su sexualidad, no heteronormativa, obviamente. La diversidad sexual no era un tema muy aceptado en los noventas y mucho menos en el cine. El filme fue censurado en muchos países y fue exhibida en muy pocas salas, incluso había policías para que controlen solamente el ingreso de adultos con documentos que los acrediten. En Corea del Sur, a pesar de ser un país muy occidentalizado, se recortaron las escenas donde los protagonistas con prótesis o muletas mantenían encuentros sexuales; las leyes coreanas prohíben la pornografía, la exposición de genitales en la pantalla, y mostrar a personas con movilidad reducida teniendo intimidad.  La filosofía de la “Nueva Carne” muestra estos cuerpos fusionados con la máquina, los fierros retorcidos como extensión del cuerpo humano; las cicatrices, las laceraciones, los clavos como estímulos sexuales. El cuerpo, la carne entremezclada con el metal, con la máquina, creando una “nueva carne”.

Podríamos creer, erróneamente, que “Crash” es una cinta hecha con el afán de excitar o fue hecha con “morbo” para satisfacer los impulsos mas primarios de algunas personas, pero no es así, pretende todo lo contrario; nos interpela, nos cuestiona, nos incomoda. Cronenberg hace una introspección muy exhaustiva de la condición humana, de la naturaleza humana, de su complejidad, de cómo la tecnología y ahora las redes sociales han invadido nuestra psiquis y nuestros cuerpos. El autor no cree en Dios, por lo tanto, no cree en el alma, solo cree en el cuerpo y que todo nace de él. La pasión, el deseo, el amor, también, la apatía, la destrucción y la muerte. Para Cronenberg el cuerpo se transforma, se corrompe, muta, y finalmente se pudre. Sin redención, sin transmigración, la muerte biológica es el fin de todo. Su cine está fuertemente influenciado por sus lecturas el existencialismo francés, de Sigmund Freud (el pensador más influyente del siglo XX, en palabras del propio autor), de Vladimir Nabokov, William Burroughs, J. G. Ballard, o de Marshall McLuhan, otro visionario, que decía que el mundo se convertiría en una “Aldea global” por la interacción de los massmedia (ahora, las redes sociales).

Cronenberg pone en el radar el avance de la tecnología, y como ha invadido nuestras vidas al extremo de no poder separarnos de ésta, como un adelantado a su tiempo previno las consecuencias del avance tecnológico. Su cine influyó muchísimo en series o películas tan notables como “Black Mirror”, o “Titane”, de la francesa Julia Ducournau, que ganó la Palma de Oro el 2021 en el Festival de Cannes. O se hicieron remakes de sus películas, por poner un ejemplo, se estrenó hace poco una miniserie (en Prime Video) basada en “Dead Ringers” llamada “Juntas hasta la muerte” (2023), conocida también como “Pacto de sangre” o “Inseparables”.

Cronenberg es un cineasta incomodo, su cine no es fácil de ver, pone el dedo en la llaga al cuestionar la naturaleza humana, la sociedad de consumo y el sistema establecido. Pocos filmes perturban, incomodan y generan tanta controversia como lo hace “Crash” a pesar del paso del tiempo. Un dato final, a manera de advertencia, se suele confundir esta gran película con ese esperpento que ganó el Oscar a mejor película llamada también “Crash” (2004) de Paul Haggis.