Presentando a Nick Drake

Escribe: Roberto Loayza 

El efecto fue inmediato. Nunca el amor y la muerte habían sido llevados al cine con tanto dolor y sentimiento. Will Smith entregaba otra gran actuación como un hombre destrozado por la culpa y decide, cual Mercader de Venecia, descuartizarse para buscar la redención. La película “Siete Almas”, el año, 2008. Nunca he llorado con una película, esta vez tampoco, pero casi, casi. Y así de repentino también la claridad llegó a la medianoche. Ni Will Smith me parecía un gran actor y “Siete Almas”, sin ser un desperdicio, no era mucho más que solo un film asquerosamente manipulador, con una trama inverosímil y científicamente ridículo. Había sido, otra vez, estafado. 

Con el cantar de los gallos seguía pensando en la película y no me explicaba el porqué, así que, con la ansiedad de siempre, la volví a poner en el aparato y verla con los respectivos materiales quirúrgicos. Y, voilá, era una canción que sonaba en el filme, era una voz, una voz que gritaba auxilio, una voz que te calaba hasta los osteoblastos y se quedaba ahí. Fue de esa manera que el arriba firmante se ganó otro ángel de la guarda.

Resulta en extremo difícil y hasta frustrante tratar de decir algo sobre el británico Nick Drake. A diferencia de la gran mayoría de artistas, Drake tuvo una vida casi invisible y una obra casi etérea, y es ahí en donde reside su belleza. 

Nacido por ciertas casualidades en Rangún, Birmania, en 1948, tuvo una infancia y adolescencia bastante normales, de las cuales solo se hacía notar, ¡ja!, su excesiva timidez. Viniendo de una familia interesada por las artes, su inclinación por la música fue de siempre, aprendiendo en poco tiempo a tocar la guitarra, el piano y algunos instrumentos de viento. Siendo un hijo de la generación “Flower Power” su gusto por el cannabis lo llevó a ciertos grados de experimentación sonora, formando parte de algunos grupos amateur en donde versionaban a grupos “off Beatles” de la época como Manfred Mann o Yardbirds.

Fue el productor estadounidense Joe Boyd el que escuchó a Drake y sabiendo que tenía a un genio entre manos le consiguió un contrato para que registre sus canciones en un estudio. Pero algo salió mal. La personalidad extremadamente introvertida y ajena de Drake le dificultaba comunicar bien sus preferencias para grabar sus temas, presentarse en público a tocar, jamás le dirigió una palabra a los espectadores y ni qué decir de promocionar sus discos. Solo una vez concedió una entrevista, lo que fue un martirio para él y su entrevistador.

Contra viento y marea y sin nunca quedar contento con los resultados Drake logró publicar tres discos para el sello Island que vendió míseras copias en Inglaterra entre los años 1969 y 1972. El casi nulo reconocimiento a su obra le provocó una obvia rebeldía. Boyd lo recuerda reclamándole con quieta amargura: “Tú me dijiste que era un genio, que todos me amarían, no tengo una libra para vivir de mi arte”.

Repasando sus tres platos nos encontramos con un artista muy complejo, sus acordes “Spinetteanas” y una voz quebrada entre la locura, el hartazgo y la oscuridad, sin embargo, nunca exento de infinita belleza y ternura. Pero no solo eso, también se escucha mucho amor por lo suyo, tratando de encontrar un destello de luz en la soledad y en la pérdida, con exquisitos arreglos jazzeros y una perfecta e impensada combinación entre las posibilidades del estudio de grabación y sus propios talentos musicales. Pero el reconocimiento nunca lo encontró, no en vida.

Su existencia es, hasta hoy, un gran enigma. Cuentan sus amigos que muy de tiempo en tiempo les caía de visita, se tumbaba en un sillón o en el suelo a dormir, a escuchar música, a fumarse un porro y luego de un par de días desaparecía por meses. Su vida amorosa nunca llegó a ningún lado, sus romances insipientes no le brindaron nada importante, así que críticos e historiadores nunca pudieron explicarse de dónde salía tanta belleza. Me atrevo a pensar que nacía de su pena, un dolor insondable, sin motivo aparente, algo que puede ser llamado “el dolor de vivir”, un tipo de cáncer con el que nacen algunas personas, el cáncer del alma, al que algún charlatán decidió llamarle “depresión”.

Sumido en la ruina económica, sin dinero para poder comprarse ni un par de zapatos, se fue a casa de sus padres, donde se abandonó hasta quedar irreconocible, con las uñas negras y largas, también, temporadas sin darse una ducha. En un último atisbo de esa fuerza tan poderosa al que llaman “instinto de supervivencia”, buscó a alguno de esos irresolutos amores a probar suerte, también agarró la guitarra y lo intentó, y fracasó, otra vez. 

El insomnio era uno de las pocas constantes en la vida de Drake y pasaba las noches en casa de sus padres, caminando como fantasma, comiendo algo de cereal, escuchando música y, al amanecer, el sueño llegaba a cuentagotas. Al mediodía del lunes 25 de noviembre de 1974, Mary, su madre, fue a despertarlo para que desayune algo y al entrar a su habitación encontró que su hijo de 26 años se había tomado todas las pastillas que su cuerpo callado pudo aguantar. Su funeral fue como él, desapercibido, con unos cuantos familiares, amigos y conocidos.

Con el transcurrir del tiempo y al igual que el solitario demente holandés que pintó los cuervos y el trigal, la obra de Drake empezó a ser reconocida. Sus discos empezaron a vender, su extraña voz calmada y desesperada al mismo tiempo fue, al fin, escuchada. 

Sus fans ahora son una legión. Robert Smith le puso de nombre The Cure a su banda gracias a las letras de la canción “Time Has Told Me” y gente como Elton John, Elliot Smith, Peter Buck (de R.E.M.), cineastas como Wes Anderson suelen poner sus canciones en sus películas y muchos otros artistas nunca le ocultan su devoción. Extraños genios como Anthony Hegarty y Rufus Wainwright son sus huérfanos. 

Cualquiera de sus tres discos, en especial el último, “Pink Moon”, son clara muestra de que el amor y la muerte hacen de las mejores parejas en el universo. Me olvidaba. La canción que suena en “Siete Almas” se llama “One Of These Things First”, y así fue como empezó a guiarme este ángel caído.